La chispa detrás del emprendimiento nació de una escena cotidiana: “Un día, mi ex socio observó a un amigo comiendo sushi. Al terminar, este intentaba rescatar con los palitos los últimos pedacitos de palta y arroz del recipiente de soya, intentando aprovechar al máximo su comida”, relata Eytan Gottlieb, CEO de Paleatos. Esa imagen provocó una pregunta tan simple como potente: ¿por qué no hacer los palitos comestibles?
A partir de esa idea, los impulsores comenzaron una etapa intensa de investigación y desarrollo. El objetivo era ambicioso: crear un producto inexistente en el mercado nacional, que además respondiera a una necesidad concreta del rubro gastronómico. “No fue fácil: tuvimos varios intentos fallidos, pero también encontramos personas e instituciones que nos ayudaron a encaminar el proyecto”, recuerda Gottlieb.
Paleatos no se limita a ser una curiosidad gastronómica. Es, ante todo, una solución sustentable para un problema real: los residuos derivados de utensilios desechables. En el actual contexto de consumo acelerado y comida para llevar, la mayoría de las personas utiliza elementos de un solo uso como revolvedores, cucharas y palillos, los cuales terminan acumulándose en vertederos.
“Nuestro biomaterial ofrece una solución concreta a este problema”, explica Gottlieb. “A diferencia de otros materiales biodegradables —que si bien son mejores que el plástico o la madera, requieren condiciones específicas de compostaje— nuestro biomaterial es completamente comestible y se degrada como cualquier otro alimento”.
De este modo, Paleatos entrega una nueva experiencia al consumidor, elimina residuos innecesarios y ayuda a reducir el impacto ambiental de la industria alimentaria, sin requerir una gestión posterior del desecho.
El producto también ofrece una salida pragmática a una tensión regulatoria que complica a miles de locales gastronómicos: cumplir con la Ley de Plásticos de un Solo Uso y la Ley REP (Responsabilidad Extendida del Productor), dos normativas que promueven la reducción de residuos, pero cuya implementación ha sido compleja por falta de soluciones asequibles.
“Esta normativa se encuentra aplazada al día de hoy debido a la dificultad que existe en la industria gastronómica para contar con soluciones con precios competitivos que cumplan la ley. Nuestra propuesta podría facilitar su implementación efectiva y masiva”, afirma el CEO de Paleatos.
Paleatos enfrentó diversos desafíos al momento de crear su producto, donde fue clave saber sortear obstáculos y aprovechar cada oportunidad en el camino hacia el mercado. Desde su experiencia, Eytan Gottlieb no duda en compartir consejos con otros emprendedores, destacando el valor de recibir retroalimentación temprana y de colaborar con centros de I+D para fortalecer el desarrollo.
“Desarrollar productos alimentarios innovadores en Chile implica asumir desde el inicio que habrá prueba y error: es parte del camino. Por eso, mi primer consejo es mostrar el producto lo antes posible, compartirlo con potenciales clientes, expertos y personas con distintas miradas. Recibir retroalimentación temprana puede marcar una gran diferencia en cómo se define y mejora la propuesta. También es clave trabajar con centros de I+D como CeTA; más allá del conocimiento técnico que entregan, sus redes y conexiones pueden destrabar procesos, validar avances y abrir nuevas oportunidades. Otro aspecto fundamental es participar en fondos concursables. No sólo por el financiamiento, sino porque te obligan a estructurar el proyecto, afinar el pitch y fortalecer el modelo de negocios. Cada postulación representa una instancia para aprender y mejorar. Y, por último, nunca hay que perder de vista la validación en el mercado. Un proyecto gana verdadero valor cuando demuestra tracción real: cuando alguien está dispuesto a usarlo, comprarlo o recomendarlo. Esa es, sin duda, la mejor señal de que vas por buen camino”
En tiempos donde cada decisión de consumo se revisa con lupa, Paleatos emerge como una propuesta que combina impacto, viabilidad y sentido común. Más que un utensilio, una invitación a repensar nuestra relación con los objetos efímeros del día a día. Porque comer sin dejar huella, hoy, ya no es solo una posibilidad: es una necesidad.