El desarrollo fue posible gracias al apoyo del programa Semilla Inicia de Corfo, ejecutado entre mayo y noviembre de 2024. En este período, se avanzó desde la caracterización de las materias primas hasta la validación técnica y microbiológica del producto, incluyendo la definición de un empaque compostable tipo doypack y un etiquetado libre de sellos de advertencia.
“Vivimos en una región con abundante costa y nos parecía absurdo que estos recursos se desperdiciaran. Decidimos enriquecer una harina tradicional con algas para ofrecer una opción saludable y nutritiva en un mercado dominado por productos sintéticos”, explica Tamara Aguilera, fundadora de Alga y Vida.
El producto, que ya ha sido presentado en ferias y espacios de comercialización local, está formulado para aplicaciones en panadería, snacks y pastas. Su carácter plant-based y su aporte nutricional lo posicionan como una solución alineada con las crecientes demandas de alimentos funcionales y naturales.
Además del valor nutricional del alga, que ha sido históricamente reconocida por sus propiedades medicinales, el modelo de producción del proyecto destaca por su enfoque sustentable: la recolección de Chondrus crispus se realiza a partir del alga que vara naturalmente en las costas, reduciendo el impacto ambiental y fomentando un uso responsable del ecosistema marino.
“Recolectamos algas que varan en la playa, reduciendo el impacto ambiental y promoviendo la sostenibilidad. Aprovechamos un recurso natural y minimizamos los desechos del mar”, señala Aguilera, subrayando el compromiso del proyecto con la economía circular.
El proceso de desarrollo técnico fue respaldado por la infraestructura y los profesionales de CeTA Zona Norte, ubicado en la región de Coquimbo, donde se utilizó equipamiento especializado, como hornos convectivos para deshidratación, molinos de pines para pulverizar el alga, y mezcladoras industriales para integrar el producto final. Esta etapa fue clave para garantizar que el prototipo cumpliera con el Reglamento Sanitario de los Alimentos (RSA) y alcanzara una vida útil de 12 meses.
“El centro nos brindó un espacio que cumplía con las normas sanitarias, maquinaria especializada y un equipo experto que nos guió en el proceso. No contábamos con los recursos ni la infraestructura necesaria para desarrollar nuestro producto de manera efectiva”, comenta la emprendedora.
Actualmente, Alga y Vida continúa fortaleciendo su presencia comercial, con metas claras: ampliar su línea de productos —incluyendo versiones sin gluten—, afinar su estrategia de mercado y establecer redes de apoyo que les permitan escalar a nivel nacional. La experiencia de este proyecto demuestra que la innovación alimentaria puede florecer en regiones más alejadas, cuando se conjugan visión, apoyo técnico y un profundo respeto por los recursos naturales.
“Dar el primer paso es fundamental. Aunque es difícil, atreverse a iniciar es esencial cuando se tiene una buena idea. Perder el miedo, aprender, y pedir ayuda cuando sea necesario son claves para avanzar”, concluye Aguilera, dejando un mensaje claro a otros emprendedores que sueñan con transformar la manera en que nos alimentamos.